jueves, 28 de mayo de 2009

Honduras

El aire del mar es un personaje. Es arena y sal colada en las narices, inmensa paz, exhalación colosal. Aleja peligrosamente el flato propio de las mentes que todo lo analizan, ese que precede a las masacres.

Mientras dormía en un hotelito de madera ubicado en un paraíso llamado Roatán, el ruido producido por tres golpes, cuatro ¡GLUP! que venían de fuera y un florero roto partieron mi tranquilidad trasladándose por el aire, sobre mi cráneo, martillando.

-¡¡¡DESPERTATE!!! ¡¿QUÉ NO SENTÍS, CARAJO?!

La tierra se movía con furia gradual. Agradecí la flexibilidad de la madera. Al levantarme, inmediatamente pude observar a través de la ventana al pequeño estanque ubicado en el patio: montoncitos de tierra eran tragados por el estanque, cuyo líquido escapaba del borde y regresaba al interior a intervalos desiguales de tiempo. Asímismo, los trozos de macetas que se habían hecho pedazos al caerse de las paredes forcejeaban entre el oleaje... cadáveres de barro. ¿Y nosotros?

-¡Mujer por el amor a Dios, REACCIONÁ!

Mi amiga me sacó del cuarto casi arrastrada. Nos arrejuntamos bajo una puerta a esperar el final.

Los segundos son eternos mientras los vivís, pero una vez recapitulando se vuelven muy pequeños. Quizá porque no tenés ni la más mínima idea de cómo reaccionarías ante una situación parecida y, una vez que te encontrás en ella, encontrás en vos mismo alguien a quien no conocías.

Seis muertos. Daños materiales. Epicentro bajo el agua y movimiento horizontal, por fortuna.

La Tierra se queja, señores. Razón tiene, supongo.

¿Y entonces?

El entusiasmo de los grupos sociales y las masas en general tienen un enorme parecido a la llama de la tusa. A veces pienso tienen

AMNESIA.