sábado, 26 de julio de 2014

Porque eso es exactamente lo que necesito: un río incandescente desde los ojos que me reviente las heridas y que transmute las cicatrices. La impotencia ante lo innegable, la turbulencia de la ciudad, los semáforos y la aglomeración. Todo el sudor, el componente amorfo y apático y la náusea complaciente del aquí vivimos, del no hay ni mierda que hacer, de la decadencia y el desorden. Del dame lo que tengás canchita, apurate que te vuelo los sesos. De la ciudad convulsa, hipócrita y desordenada, que no puede soportar la carga ni de la desesperación ni de la esperanza misma, pura cacofonía, la pobre ciudad indefensa. Pura mugre acumulada en un océano de seres inhabilitados a cambiar un poco el orden de las cosas, hambrientos de oscuridad excretando apenas sus narices fuera del fango, de moho y de tristeza. Sumergidos en su miseria incurable, ineptos sin solución alguna o ahogados en paliativos complacientes-somníferos-embriagantes, que cuando vienen a ver ya los han hecho un poco más viejos y mucho más infelices, con cáncer o efisema pulmonar, consecuencia de sus carencias o falta de amor o de la quizá culpa de los otros, del no tomar en propias riendas el destino y reflejar no-vida en sus descendientes. O la apatía, o la deferencia. La ciudad es el fárrago más convulso, la colisión de todos los abismos. Esta ciudad está diseñada para la putrefacción intrínseca, la miseria condensada, el sentido más estancado de la evolución. Nosotros somos las bases del muelle putrefacto, estamos destinados a decir sí - condescendiente -, sí - obedecerle -, sí - sino por mula lo mataron- , el ruido nauseabundo del plomo retorciéndose en el instante justo cuando todo deja de tener sentido. Estamos en la boca de la destrucción y la calma frágil y falaz no puede ser más latente. La costumbre y la comodidad y la ciudad que se vuelve el lugar idóneo para que florezca el miedo y la incongruencia. El decir sí, el decir sí ante toda la injusticia e idiosincrasia generalizada, la pseudodenuncia y la resignación. Las estrellas desgastándose queriendo o intentando alumbrar algo distinto, pero no hacen más que brillar sobre los ojos impotentes abiertos e inertes sobre la avenida.

Ana Gris

1 comentario:

  1. La ciudad y su veneno. Sus atractivas luces que prometen todo y dan nada, sus calles bañadas de ilusiones muertas, de corajes vacíos, de sangre de todos. Acá se vive una eterna noche, una eterna noche con esperanza de amanecer.

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